miércoles, 30 de septiembre de 2015

El famoso mínimo Carrillo


Tal vez el mínimo español más famoso del siglo XIX haya sido el Padre Fernando Carrillo, del convento de la Victoria de Madrid. Deplorable fama, por cierto, debida a su labor de censor eclesiástico de obras teatrales, ejercida durante la década absolutista. La historia literaria liberal le ha calificado como “verdugo del pensamiento” y “azote de los poetas dramáticos”. Entre quienes sufrieron especialmente su intransigente severidad, no siempre justa y a veces incluso grotesca, hay que mencionar especialmente a Antonio Gil y Zárate.
Sus enemigos nos pintan al Padre Carrillo orondo, glotón y desaseado, además de implacable en el confesionario. Señalan también que su ocupación favorita era el asistir espiritualmente a los reos de muerte. Así, se cuenta que en una ocasión un condenado fue indultado en el último momento y media hora después, al comentar el suceso, el Padre Carrillo dijo: “ha sido una lástima porque estaba muy bien preparado para la muerte”. En su labor censora no admitía en los diálogos teatrales expresiones como “Ángel mío” o “yo te adoro”. En una ocasión suprimió la frase “aborrezco la victoria”, porque creía que había sido escrita contra su convento. Muchos ejemplos parecidos se citan de él. A veces quedaba la obra tan mutilada o tan modificada que el sufrido autor acababa por renunciar a estrenarla. Si damos confianza al mismo Gil y Zárate, alguna obra lograba pasar si previamente el autor se granjeaba una mejor disposición del fraile regalándole una cajita de rapé, sustancia de la que hacía uso frecuente. Tan amplia fue la desgraciada fama del Padre Carrillo que aparece mencionado en los Episodios Nacionales (Los apostólicos) de Pérez Galdós y hasta en una novela (Los confidentes audaces) de Baroja.