Lo decía Francisco S.
(q.e.p.d.) en una reunión del grupo parroquial de Vida Ascendente: "Humildad, humildad, nos hace falta humildad...Pero luego tomas el
calendario de los Mínimos y lees Al Reverendísimo Padre...Al Muy
Reverendo Padre...y piensas, cuidado, que estos son mínimos, ¿qué
serán los otros?". En el pasado cuando se quería destacar a un
religioso se esgrimían los cargos de gobierno desempeñados
(Correctores, Colegas, Vicarios y Visitadores Generales, Correctores,
Colegas y Definidores Provinciales, Correctores locales, etc.) o bien
su dedicación durante años a la enseñanza de la filosofía y la
teología (era el caso de los Lectores Jubilados); respecto al
reconocimiento externo, lo más exhibible era ser Calificador del
Santo Oficio, Examinador Sinodal o Consultor de alguna Sagrada
Congregación Romana, funciones todas ellas que suponían en el
religioso un grado elevado de erudición. Los tiempos han cambiado.
Leo en la Voce del
Santuario de Paula la noticia de la profesión solemne de un mínimo
en tierras sicilianas. El profesante mínimo es nada menos que
Caballero de Gracia Eclesiástico. Se nos dice que el Superior mínimo
que recibe la profesión es Comendador de Gracia Eclesiástico,
condición que también ostenta su Vicario. Entre los asistentes
otros dos mínimos que son a su vez Caballeros de Gracia
Eclesiásticos. Sin duda, Francisco S. se echaría las manos a la
cabeza. Y tal vez otro Francisco echaría mano al bastón. Teniendo en cuenta el reducido número de mínimos que hay en
el mundo, el porcentaje de graciosos Caballeros y Comendadores entre nosotros se me antoja bastante elevado. Los tiempos han cambiado. En la
deriva actual de las cosas hay que empezar a pensar en efectuar
reformas importantes en los conventos. Con tanto Caballero, habrá
que convertir las bibliotecas (esos antros cada vez más inútiles)
en caballerizas.