lunes, 19 de marzo de 2018

La invención de la competitividad


Enmendarle la plana a un Arzobispo Metropolitano y enmendársela en una materia en la cual es, hoy por hoy, el máximo especialista mundial supone sin duda cierto atrevimiento. Hay atrevimientos que provienen de la ignorancia y los que hay que provienen de la afectuosa confianza. En mi caso la osadía tiene su fundamento en ambos motivos, amén de que el asunto es un tema menor, que incluso habrá pasado desapercibido para la mayoría de los lectores del último libro de Monseñor Morosini (La caritas sacrificalis. Il rapporto tra penitenza e carità in San Francesco di Paola).
Entre las interpretaciones novedosas que efectúa en su libro, se halla la de la interpretación del participio de presente “contendentes” contenido en el primer capítulo de la Regla de los mínimos: “Huius Ordinis Minimorum universi fratres...ad sacra consilia scandere contendentes...” Tanto en la página 162 como en la 171 de su libro Monseñor Morosini entiende que el “contendere” ha de ser interpretado en sentido competitivo, es decir que los mínimos, en el elevarse (o escalar) a los sagrados consejos lo hacen compitiendo entre ellos, en una especie de certamen, no se sabe de si a ver quien llega antes o llega más arriba. No conozco que haya precedentes en esta interpretación. Usualmente, desde los primeros tiempos, el “contendentes” se ha traducido como un “que se esfuerzan para”, con mayor razón cuando va unido a un infinitivo (“scandere”). Una traducción castellana actual, la publicada por la Delegación de España en 1993 traduce como “se esfuerzan por ascender a la práctica de los consejos evangélicos”. Montoya, a inicios del siglo XVII, traducía: “a los consejos evangélicos procurando subir”. La versión italiana oficial, publicada junto con las Constituciones en 1986 es : “cercano d'innalzarsi alla pratica dei consigli evangelici...” (con un artificioso “mediante” previo que, ciertamente, no se halla en el original latino). El propio Morosini, cuando tradujo la Regla en 2006, da esta versión: “che lottano per elevarsi ai sacri consigli”. Ahí no parece que esa lucha sea “tra loro”, sino la lucha interior, el propio combate espiritual; en este sentido y no en otro se mueve la interpretación que en su día hizo, por poner un ejemplo más a mi favor, Sor Angeles Martín. No podemos dejar de preguntarnos, cuando la interpretación se aleja de lo usual, si la invención es realmente un hallazgo o una equivocación. Tal vez Monseñor tenga razón y, para entrar por la puerta estrecha de la salvación, realmente lo que quiere decirnos Jesús es que entremos dando codazos para abrirnos paso (Lc 13,24: Contendite intrare per angustam portam).
Yo creo que la (sana, sin duda) rivalidad que Morosini propone deriva más de su contemplatio de la Regla que del rigor de la lectio. Hay algo claro: la improcedencia de la autoridad que invoca respecto al sentido del “contendere”, que es la de la profesora Rizzini. Pues uno, por más que relee lo que la profesora escribe al respecto, tanto en el apéndice a la edición de la Regla del 2006 (a que se refiere Monseñor), como casi literalmente idéntica su intervención en el Congreso de estudios sobre la Regla celebrado en Roma aquel mismo año (actas editadas en 2011), la noción de competitividad se halla completamente ausente. Lo único que Ilaria Rizzini propone no como una idea taxativa sino como una sugerencia introducida por un condicional es una noción que, lejos de la competitividad o del mutuo desafío, se sitúa más en el ámbito de la colaboración, del esfuerzo conjunto, de la ayuda mutua.


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